En
la corte de un rey de Sicilia vivían dos soldados que pasaban por
envidioso el uno y avariento el otro. Queriendo divertirse el príncipe,
llamólos a su presencia, y después de haber elogiado sus servicios,
manifestóles su intención de dar a cada uno el premio que desearen,
haciéndolos observar, no obstante, que el primer solicitante recibiría
el objeto de su deseo, y el segundo el duplo del primero.
Silenciosos
y meditabundos quedaron largo rato los dos soldados, no queriendo
ninguno de ellos adelantar su solicitud. El avariento decía para sí:
“Si empiezo yo, me tocará la mitad menos que a mi compañero”.
El envidioso a su vez discurría en sus adentros: “Jamás consentiré que a este grandísimo avariento le toque más que a mí”
El
príncipe gozaba al contemplar tal indecisión, y después de mucha
espera, resolvió terminar aquella escena. dirigiéndose al envidioso, le
ordenó se adelantara y manifestase su deseo. Vaciló éste un momento,
diciendo entre sí: “¿Qué favor pediré o de qué estratagema me valdré
para que este avariento no se lleve más que yo?”
Si pido un
caballo, dos habrá para él; si una casa, dos conseguirá él...¿Qué cosa
puedo pedir? ... ¡Canastos! Ya lo sé, pediré un castigo para que él
reciba dos. Y dirigiéndose en el acto al príncipe, díjole con tono
decidido: “Suplico a su Mejestad mande se me arranque un ojo”
Cuando
esto oyeron rey y cortesanos, soltaron una ruidosa carcajada; todos
hicieron mofa del envidioso echándole en cara su bárbaro atrevimiento,
y él con su insulsa petición, sólo logró poner de manifiesto la fiera
pasión que le dominaba.
¡¡¡¡¡Maranata Cristo viene!!!!!amén.