Continuaremos con la segunda Parte de este Tema La Voz Que Habla.
Estamos viviendo en un siglo secularizado. Nuestros pensamientos y hábitos son los del científico, no los del adorador. Estamos más dispuestos a explicar que a adorar. “Es un trueno” decimos, y seguimos nuestro camino, indiferentes. Pero todavía la Voz sigue resonando y escudriñando.
El orden y la vida del mundo dependen de esa Voz, pero los hombres están demasiado ocupados, o demasiado obstinados para escuchar.
Cada uno de nosotros ha tenido alguna experiencia imposible de explicar: un súbito sentido de soledad, un sentimiento de maravilla o de pavor, al contemplar la vastedad del infinito. O tal vez un fugaz relámpago de luz, como venido de otro sol, que nos ha dejado la sensación de pertenecer a otro mundo, que nuestro origen es divino.
Lo que hemos visto entonces, o sentido, o aprendido, es diferente a todo lo que enseñan las escuelas, y en una amplia gama, distinto de todas nuestras anteriores experiencias y opiniones.
Nos vimos entonces forzados a suspender nuestras dudas cuando, por un breve momento, las nubes se retiraron y pudimos ver y oír por nosotros mismos. Cualquiera sea la explicación que demos a estos casos, no seríamos justos si excluyéramos completamente a Dios, negando que nos estuviera hablando en ellos. Nunca tengamos a tal petulancia.
Es mi propia creencia (y no me enojo si alguien opina de distinta manera),que todo lo bueno y bello que hay en el mundo, producido por el hombre, es el resultado de su falaz y pecaminosa respuesta a la Voz creativa que resuena por toda la tierra.
Los filósofos moralistas, que soñaron sueños de virtud; los pensadores religiosos, que especularon acerca de Dios y la inmortalidad; los poetas y artistas, que crearon de la materia común obras de imperecedera belleza, ¿cómo se pueden explicar? No es suficiente con decir “Se trata del genio.”
¿Qué es el genio? El genio podrá ser un hombre perseguido por esa Voz, que trabaja afanándose como un poseído, por ver si logra alcanzar un fin que vagamente comprende.
El hecho de que el genio, sea hombre o mujer, no crea en Dios, y aún hable o escriba en contra de él, no contradice lo que estoy diciendo. La revelación de la obra redentora de Dios que se halla en las Escrituras es necesaria para la obtención de la fe salvadora y la paz con Dios.
La fe en el Salvador resucitado es necesaria para la obtención de paz y tranquilidad y para adquirir fe en nuestra propia inmortalidad. Para mí todo esto es una adecuada explicación de todo lo bueno que existe fuera de Cristo. Pero usted puede ser un buen cristiano sin aceptar mi tesis.
La voz de Dios es amistosa. Nadie necesita asustarse al oirla, a menos que antes haya hecho la decisión de no obedecerla. La sangre de Cristo ha cubierto no solo la raza humana, sino toda la creación también. “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por él reconciliar todas las cosas consigo, así las que están en la tierra como las que están en el cielo,haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”(Colosenses 1:19-20).
Podemos predicar con toda confianza acerca de un cielo amistoso. Los cielos y la tierra están llenos de la buena voluntad de aquel que habitó en la zarza. La sangre perfecta del sacrificio expiatorio asegura esto para siempre.
Quienquiera que desee detenerse a escuchar oirá hablar a los cielos. Esta no es la hora en que los hombres están dispuestos a escuchar, porque el escuchar no es parte de la religión popular de hoy en día. Nos encontramos en el polo opuesto.
La religión ha aceptado la monstruosa herejía de que el ruido, el tamaño, la actividad y el estrépito hacen estimable al ser humano delante de Dios. A un pueblo que está sumido en un clima de violencia Dios le dice:
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.”
Hoy en día Dios quiere que aprendamos que nuestra fortaleza y seguridad no dependen del ruido, sino del silencio. Es necesario que estemos tranquilos y en silencio para oír la voz de Dios. Lo mejor es que estemos con nuestra Biblia abierta ante nosotros.
Entonces, si así lo deseamos, podemos acercarnos a Dios y escuchar lo que está hablando a nuestro corazón.
Pienso que para la mayoría de las personas el procedimiento será algo como esto: primero un sonido, como de una Presencia caminando en el jardín. Después una voz, algo más inteligible, pero todavía algo lejos. Luego, el momento feliz cuando el Espíritu comienza a iluminar las Escrituras, y eso que al principio fue solo un sonido, y después una voz, llega a ser una palabra clara, cálida, íntima y amable como la del mejor amigo. Enseguida vendrá la vida y la luz, y lo mejor de todo, la capacidad de ver y descansar, abrazando a Cristo como el Salvador y Señor de todo.
La Biblia no podrá nunca ser un libro vivo hasta que no reconozcamos que Dios habla en el universo. Saltar de un mundo impersonal y muerto a una Biblia dogmática es algo demasiado para muchas personas. Ellos pueden admitir que deberían aceptar la Biblia como la Palabra de Dios, pero de ahí a creer que cada palabra es para ellos, media un gran trecho.
Un hombre puede decir, “Esas palabras son para mí,” pero todavía seguir pensando en su corazón que no lo son. El es víctima de una psicología dividida. Trata de pensar que Dios está mudo en todas partes y que habla solo en un libro.
Creo que mucha de nuestra incredulidad religiosa se debe a que tenemos una equivocada concepción de las Escrituras de Verdad. Un Dios silencioso comienza a hablar súbitamente en un Libro, y cuando éste queda terminado, vuelve a guardar silencio por el resto de los siglos. Y ahora leemos el libro como si fuera solo el registro de lo que Dios dijo en los tiempos que hablaba. Con nociones como estas en nuestra cabeza, ¿cómo podemos creer? El hecho es que Dios no está mudo y silencioso, que nunca lo ha estado. Está en la naturaleza de Dios hablar.
La segunda persona del Dios Trino es llamada la Palabra. La Biblia es el resultado del continuo hablar de Dios. Es la declaración infalible de su mente dicha para nosotros en palabras comprensibles y familiares.
Creo que un nuevo mundo surgirá de la actual niebla religiosa cuando nos acerquemos a la Biblia con la idea de que no solo es un libro que una vez ha hablado, sino uno que habla todavía. Los profetas decían habitualmente “Así dice el Señor.” Y daban a entender a sus oyentes que Dios estaba hablando siempre en tiempo presente.
Podemos usar el tiempo pasado para hacer ver que en algún momento, en el tiempo pasado, Dios habló, pero lo que Dios dijo una vez, sigue repitiéndose, como la criatura que ha nacido sigue viviendo, y un mundo que fue creado, sigue existiendo. Pero estas ilustraciones son insuficientes, porque las criaturas mueren, y los mundos se consumen, mas la Palabra del Dios nuestro permanece para siempre.
Si queréis proseguir en conocer a Dios, abrid vuestra Biblia, en la seguridad de que ella os hablará. No la leáis pensando que es una cosa que podéis desechar en cualquier momento, porque ella es algo más que una cosa; es una voz, una palabra, la palabra del Dios vivo.
Señor, enséñame a escuchar. Los tiempos son ruidosos, y mis oídos están hartos de gritería y sonidos estridentes. Dame el espíritu del niño Samuel, que dijo, “Habla, Señor, que tu siervo oye.” Permíteme que te oiga hablándome al corazón.
Haz que me acostumbre al sonido de tu voz, y que lo oiga cuando todos los de la tierra hayan desaparecido; haz que los únicos sonidos que oiga en esos momentos sean los de la música de tu Voz, Amén.
¡¡¡¡¡¡Maranata Cristo viene!!!!!!amén.