LAS OBRAS DE NUESTRAS MANOS
Una razón por la que se nos deja aquí en la tierra y no se nos
lleva al cielo de inmediato después de haber confiado en Cristo para la
salvación es que Dios tiene trabajo para nosotros. «El hombre es inmortal
—decía San Agustín—, hasta que haya hecho su trabajo».
El tiempo de nuestra muerte no lo determina nada ni nadie aquí en
la tierra. Esa decisión la toman los concilios en el cielo. Cuando hayamos
hecho todo lo que Dios tiene en mente para nosotros, entonces y sólo entonces
Él nos llevará al hogar celestial —ni un segundo antes. Y, como escribió Pablo:
«David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios,
durmió» (Hechos 13:36).
Mientras tanto, hasta que Dios nos lleve con Él, hay mucho por
hacer. «Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el
día dura —dijo Jesús—. La noche viene, cuando nadie puede trabajar» (Juan 9:4).
La noche vendrá cuando cerremos nuestros ojos en este mundo de una vez por
todas o cuando nuestro Señor regrese para llevarnos para estar con Él. Con cada
día nos acercamos un poquito más a ese momento.
Mientras tengamos la luz del día, debemos trabajar —no para
conquistar, adquirir, acumular y jubilarnos, sino para hacer visible al Cristo
invisible tocando a las personas con Su amor. Entonces podemos estar confiados
en que nuestro «trabajo en el Señor no es vano» (1 Corintios 15:58). —DHR