“Cuando Jesús los vio, dijo…” Entonces, cuando Jesús ve algo, dice algo.
Marcos 2. Cuando aquellos cuatro hombres trajeron a un paralítico a la casa donde Jesús estaba enseñando, no pudieron entrar por la multitud, se toparon con algunos que no los dejaron entrar. Pero estos cuatro hombres no se rindieron y subieron al techo de la casa al paralítico, no había elevadores, lo bajaron con un lazo.
¿Se imagina el consenso que se hizo para convencerlo que lo dejen subir? Amarraron la camilla entre los cuatro, y lo empezaron a jalar. Cuando estaban en el techo, no había por donde entrar, así que a uno de ellos se le ocurrió abrir un hoyo para bajarlo. Ellos no dijeron “no se puede, no es tu día, mucha cola, mejor regresemos, Dios no quiere”. No se basaron en las circunstancias.
Yo vi a un hombre en Honduras que no pudo entrar al estadio por una puerta, y se fue a dar toda la vuelta e ingresó por otro lado. Lo vimos entrar con su papá en brazos, pues no tenía para una silla de ruedas. El hombre llegó y lo acostó en la pista; a media prédica, el papá se paró delante de los ojos de los demás y recibió su sanidad, tenía fe.
Dice la Palabra que bajaron al paralítico en medio de la prédica. Cuando estaba en medio, ellos se quedaron arriba, y Jesús le dijo al paralítico “tus pecados están perdonados”. Dice que Jesús vio la incredulidad de los demás, pero al ver la fe de aquellos, le dijo: “Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa”. El lo agarró y se fue. No tienes que decirle solamente algo a Jesús, tienes que hacer algo para que El lo vea. Dice: “Pide y se te dará; toca y se te abrirá; busca y hallarás”. Haz algo para que Jesús diga algo. La gente siempre espera que Dios haga algo para decir algo. Creen que Jesús es sirviente, pero ya El ha hablado muchas veces, pero El es Rey y Señor, y habla y exige como tal. Di: “Al ver Jesús, dice algo. Voy hacer algo que demuestre mi fe para que Jesús diga algo y entonces, pase algo”.
Versículo 14. Cuando El los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes, y aconteció que mientras iban, fueron limpiados.
Cuando yo hago algo y Jesús dice algo, entonces pasa algo. No hay peor espiritual que el que no hace nada, es haragán en la carne y en el espíritu, es un gran vago en el Señor. No hace nada. Hacemos que las cosas pasen, haciendo algo. Tal vez no logras hacerlo todo, pero haz tú una parte, y Jesús hará la otra. Pero mientras tú no hagas algo, cómo Jesús sabrá que crees. El supo que los cuatro creían, porque no se quedaron en la puerta, sino que entraron. No dijeron: “Ah, no nos dejaron entrar”. No pensaron: “¿Quién puede tocar a Jesús? Sólo Juan se puede recostar en su pecho, y Judas que es el tesorero. O Pedro, porque le presta su barca para predicar; pero nosotros ¿quiénes somos? Nadie. Regresemos a casa”. Ellos tenían fe.
Jesús sabía lo que estaban haciendo, vio su fe para subirlo. Lo que amarga a unos, hace crecer a otros; lo que hace que algunos se retiren, hace crecer a otros. No todo alrededor de Jesús o de la iglesia es bonito. Muchas de las cosas que pasan son para que crezcamos en fe. Dicen: “Es que nadie me llamó, nadie me visitó”. Pero antes tampoco, sólo te buscaban para tomar, para que los invitaras a comer. El único que te amó y salvó es Dios. Siempre pasan cosas; pasaban en el grupo de Jesús. ¿Acaso no fueron los discípulos los que callaron a Bartimeo, los que no dejaron al paralítico entrar? Esto pasa para que crezcas al punto de tener la fe para lo que necesitas. ¿Crees que no los oía, que no supo lo que estaban haciendo? ¿Crees que El no estaba feliz de lo que estaba pasando? Jesús sabía que su fe estaba creciendo. Cuando aparecen muchos obstáculos alrededor tuyo, Jesús se alegra porque El sabe lo que para tu fe te van a servir. Por eso, no debemos molestarnos por ningún obstáculo que aparezca para buscar al Señor, porque Jesús está operando, trabajando tu fe; la está haciendo crecer para que llegue al punto donde debe estar, para que recibas lo que le vas a pedir. Pero uno de los obstáculos más grandes es esa religiosidad que sólo tiene forma, pero no fondo. Si tienes el fondo de la fe, entonces grita las palabras que quieras. Dice la Escritura en el versículo 15: Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz.
Dice que uno de ellos vio. ¿Los otros no vieron que su piel cambió? Todos fueron sanos. ¿O los otros no tenían tiempo de darse cuenta que fue Dios el que los sanó? Uno de diez regresó y volvió dando un “gloria a Dios”. Me da mucha pena que únicamente exista un diez por ciento de gente bendecida por Dios que sea capaz de volver y darle gracias. Porque Jesús acto seguido dice: “Y los otros nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”. Uno se encuentra con gente agradecida donde menos lo espera.
No hubo quien regresara y diera gloria a Dios, sólo uno. Regresó y dio la gloria a Dios a gran voz. A él no le dio pena gritar, darle gracias, glorificar a Dios, y dice la Palabra que puso su rostro en tierra. El antes era leproso, tenía su piel dañada, en pedazos, deshecha, mal oliente; ahora la tenía limpia como la de un bebé. ¿No crees que cualquiera cuidaría su piel? ¿Quién pone su rostro en tierra después que se lo han sanado? Sólo si lo haces para adorar a Dios. Este hombre no escatimó su propia piel, pues sabía que el que se la dio una vez se la podía dar de nuevo. El no perdió su piel la primera vez por Dios, pero estaba dispuesto a perderla la segunda por El, eso se llama gratitud. Mucha gente sale de la quiebra por la Palabra, Cristo Jesús los saca adelante, pero no están dispuestos a perder nada de esa empresa que estaba perdida por su pecado, para glorificar a Dios. El Señor los sanó, no estaban enfermos por El, sino por la vida que llevaban, pero ahora no están dispuestos a sacrificarse, ni en desvelar su cuerpo por la obra de Dios. ¿De cuánto nos sacó el Señor? Los viernes y sábados por la noche andábamos haciendo cosas indebidas con gente indebida. El Señor nos sacó de ahí, nos restaura, nos devuelve a nuestros hijos, pero luego no somos capaces de dejar que ellos participen en la visión, y nos enoja cuando llegan tarde. Eso no se llama gratitud, es todo lo contrario, estás dando señales de ser malagradecido con Dios. Te tardó poco el hecho de haber sido sanado.
Este leproso se tiró a la tierra. En ese tiempo, los leprosos se aislaban de la sociedad, de la familia, de la religión, los tenía que dar de alta el sacerdote judío, examinarlos y decir que estaban limpios. Tenían que presentar una ofrenda de gratitud delante del sacerdote, esa era la costumbre. Pero de estos diez leprosos, uno vio que había sido limpio y regresó a donde lo habían limpiado. Los otros siguieron de largo, porque les interesaba más los preceptos religiosos que la persona que los había sanado. El siendo Samaritano, no tenía esos preceptos, pues sabía que su sumo sacerdote era Jesús, y se postró en tierra.