Pasaje clave: Colosenses 3:13.
¿Alguna vez te sucedió algo así?
Alguien te hizo daño: fue grosero o áspero.
Fuiste despreciado o rechazado.
Te maltrataron con golpes, con palabras o con indiferencias.
Alguien contó cosas íntimas de ti y te avergonzaste.
Sientes que te trataron injustamente.
Las actitudes de alguien que tú quieres mucho te lastimaron.
Te disciplinaron (o castigaron) con mucha severidad.
Uno de tus jefes/profesores te humilló delante de todos.
Te dijeron que no servías, que no hacías falta.
Se burlaron de tu cuerpo y de tu apariencia física.
Te echaron en cara cosas del pasado.
Te abusaron sexulamente.
Tus padres te abandonaron desde tu infancia.
Asesinaron a un familiar tuyo.
No reconocieron tu esfuerzo y trabajo.
Alguien te fue infiel.
Traicionaron tu confianza.
¿Cómo te sentiste interiormente? ¿Cómo reaccionaste?
Guardar resentimientos en nuestro interior es sencillamente no querer perdonar. No es un tema de “poder o no poder perdonar”, sino de querer o no querer hacerlo. No es un tema de las emociones (aunque están completamente en juego) sino de la voluntad. No es “sentir” el deseo o la necesidad de perdonar, sino decidir hacerlo.
Sea lo que fuere que te hayan hecho, poco a poco comienzas a acumular amargura dentro tuyo. Sólo escuchar el nombre de esa persona te revuelve la herida interior que te produjo. Recuerdas todo lo que te dijo o te hizo y, aunque lo disimules, te vas llenando de resentimientos. Si eliges no perdonar (porque es tu decisión hacerlo o no), tarde o temprano la amargura controlará tu corazón. Echará sus raíces y controlará todo en tu vida. Perjudicará tus pensamientos, lastimará tus emociones y destruirá tu vida espiritual (Hebreos 12:15) y de persistir te conducirá a la venganza.
Y la venganza, por más dolor y bronca que sientas, no te corresponde. La venganza le corresponde a Dios. Déjale la venganza a él. Entrégale a Dios a la persona que te lastimo. Tú no tomes represalia.
Puedes perdonar porque tienes la vida de Jesús. Y hacerlo es para tú propia liberación. Cuando perdonas al que te ofendió se suelta la mochila de dolor, amargura, depresión y enfermedad, que ibas cargando. Eres libre. Es como si te sacaras de encima un gran peso que no te permitía ser feliz.
Tienes que entender este principio espiritual: el perdón es para tí mismo. Tú perdonas al agresor y al hacerlo te sueltas de él, te liberas. El resentimiento te tenía atado a esa persona. El dolor, el enojo, la infelicidad de recordar lo que te hicieron te mantenía encadenado a ellos, pero cuando perdonas, se rompen las cadenas y eres libre de ellos.
¿Cómo perdonas? Perdonas orando (Mr. 11:25). El siguiente es un ejemplo de oración que puedes hacer ahora mismo:
“Papá, en el nombre de Jesús, renuncio al odio y al resentimiento que siento por ………………………………………………………….… (nombre de la persona), por los que me hizo ………………………………………..……………………………………………… (nómbralo específicamente). La perdono en tu nombre y renuncio al sentimiento de rechazo y de desprecio. Te pido que cortes toda atadura espiritual y emocional con esa persona. La perdono en el nombre del Señor Jesús y me libero de ella. Gracias por oírme. Recibo tu perdón y creo que tu amor me llena y me hace libre”.