Resumen de la ley
¡Cuán precioso, oh Dios, es tu gran amor! Todo ser humano halla refugio a la sombra de tus alas (Salmo 36: 7).
LOS DIEZ MANDAMIENTOS, por ser de carácter moral, revela el ca rácter de Dios de manera más clara que otros tipos de leyes. De hecho, es un trasunto de su carácter: «La ley de Dios es santa, justa y buena, un trasunto de la perfección divina» (El conflicto de los siglos, p. 523). A tra vés de ella podemos ver con más claridad cómo es Dios.
La Biblia nos dice que una de las características sobresalientes de Dios es el amor: «El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Juan 4: 8). Los mandatos de su ley deben, entonces, reflejar ese amor. Por eso el após tol escribió: «El amor no perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumpli miento de la ley» (Rom. 13: 10). Del mismo modo, cuando nuestro Señor resumió el Decálogo para contestar la pregunta sobre cuál era el mandamien to más importante, lo hizo en términos del amor: «”Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más importante que estos» (Mar. 12: 30, 31).
Por eso tratamos de ver el amor de Dios expresado en los Diez Man damientos. De hecho, la ley del Señor estaba escrita en dos tablas de piedra, de modo que los primeros cuatro mandamientos se refieren al amor a Dios, y los otros seis al amor al prójimo.
La creación es una expresión de su amor: «”Dios es amor”, está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los her mosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flo res exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los ele vados árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor, todos dan tes timonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos» (El camino a Cristo, p. 8).
Dioses ajenos
Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad (Juan 4:24).
EL PRIMER MANDAMIENTO DEL DECÁLOGO es introducido con estas palabras: «Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. No tengas otros dioses además de mí» (Éxo. 20: 2, 3). La razón básica por la que Dios requiere fidelidad de culto, es que él redimió a su pueblo de la esclavitud. Él pretende el señorío sobre Israel y el de recho de propiedad, porque lo redimió de la esclavitud en la que se encontraba. En Egipto, los hijos de Israel se habían acostumbrado a la adoración de dioses falsos y a la idolatría del paganismo. Dios sabía que esto sería una gran tentación para ellos. Así que les aclaró que ellos le pertenecían, y que la ado ración de otros dioses era inaceptable para él.
El ser humano, dice la Biblia, fue creado semejante a Dios (Gen. 1: 26). ¿En qué sentido era el hombre semejante a su Creador? No en su aspecto físi co, sino en su dimensión racional y espiritual. El ser humano fue creado co mo ente pensante, con raciocinio y libertad. Es decir, era libre para pensar y actuar. Este aspecto racional del ser humano tiene una dimensión espiritual. Somos los únicos seres en este planeta que sabemos de la existencia de Dios y que tenemos la capacidad para comunicarnos con él. Lo podemos hacer a través de nuestra mente. Esto significa, entre otras cosas, que somos seres espi rituales, y que, como tales, podemos entrar en contacto con Dios y él puede hacerlo con nosotros.
El Señor puso en nuestra naturaleza espiritual la necesidad de tener comunión con él. Para satisfacer esta necesidad espiritual, necesitamos de él. Tenemos hambre y sed de Dios. Solo él puede realmente satisfacer esa ne cesidad. Pensemos en esto: «El hombre, creado para ser compañero de Dios, puede hallar su verdadera vida y desarrollo únicamente en ese compañeris mo. Creado para hallar en Dios su mayor gozo, en ninguna otra cosa puede hallar lo que puede calmar los anhelos de su corazón, y satisfacer el hambre y la sed del alma» (Exaltad a Jesús, p. 116).
Que Dios te bendiga, oramos por ti!