El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. - Juan 1:29.
El evangelio de Juan dirige nuestras miradas hacia el Señor Jesús como Hijo de Dios. El Espíritu Santo, que inspiró al apóstol, muestra cómo Dios fue glorificado por su Hijo.
El Señor Jesús nunca buscó su propia honra, sino la gloria de Dios. Quería glorificarle a toda costa, incluso mediante su muerte. Él mismo dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo” (10:17-18). Sólo por medio de esa muerte Dios podía ser glorificado respecto del pecado, mostrar plenamente su justicia, su amor, y alcanzar su meta referente a la humanidad. Sí, “porque de tal manera amó Dios al mundo” (3:16).
Para el Señor Jesús, ¿qué significó la muerte? Lo vemos en el capítulo 12: “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora” (v. 27-28). Éste era su propósito. Para glorificar al Padre estaba dispuesto a cargar con los sufrimientos de la cruz y de la muerte.
Sin embargo este evangelio, a diferencia de los otros tres, no resalta el hecho de que Jesús subió a Jerusalén para sufrir y morir allí. No, en éste se expresa su completa entrega a Dios mediante las palabras: “Voy al Padre”. Juan nos muestra, pues, la perfecta y voluntaria entrega del Hijo a su Dios. ¡Cuán infinitamente preciosa es su persona para el Padre y cuán inmenso es también el valor de su sacrificio! Dios fue glorificado en la muerte de Cristo respecto a toda la cuestión del pecado.