¿Cuántas veces pensamos que Dios nos ha abandonado? ¿Cuántas hemos pensado que, a pesar de que sabemos que Dios es bueno, que nos ama, nos cuida y va a responder todo lo que le pedimos, no le creemos y sentimos que está lejos, que no nos escucha y escuchará a otras personas?
Las personas heridas por otros, que se desilusionaron de la vida, no quieren creer en nada ni en nadie porque sus heridas no se lo permiten. Así pasaba con Israel que había hecho lo malo delante de Dios, constantemente sus enemigos les robaban lo sembrado y por eso se escondieron en cuevas.
De la misma manera, muchas mujeres que deberían vivir en victoria, se hacen cuevas para esconderse porque no quieren creerle a nadie.
Dios habló y le dijo que vencería al enemigo, pero Gedeón no le creyó a pesar de saber quien era Dios y, para comprobarlo, le pidió una serie de señales.
Le pidió señales porque había perdido la capacidad de creer.
Las mujeres somos seducidas por el diálogo, por las palabras. La serpiente dialogó con Eva y la guió hacia lo malo; Eva se sentía sola y fue atrapada por lo que le dijo. Me imagino a Eva decir luego: “No voy a escuchar a nadie más, por escuchar a la serpiente me quedé sin nada, por no oír a Adán me quedé sola y perdí todo”.
Siempre que no oigas las propuestas de Dios, la única que perderá por su incredulidad eeres TU. Jesús no pudo hacer milagros en su tierra porque había incredulidad en el pueblo. El milagro muchas veces no viene porque cerramos la puerta a creer. La mujer que no cree vivirá bajo el espíritu de Madián, que es de robo y robará su fe. Cuando Dios siembre una palabra, una semilla, alguien (de parte del enemigo) vendrá a robar la fe para que no crezca y no obtengas la bendición.