“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” Juan 14:9 Si un hombre sólo ve la popularidad, se convierte en un espejo que refleja cualquier cosa que sea necesario reflejar con tal de ganar aceptación. Aunque esté en boga, será vago o indefinido.
Aunque esté de moda, será hueco. Las convicciones personales cambian con los tiempos. Las creencias individuales vienen de todos los colores, uno para cada noche de la semana. Es una marioneta pendiente de mil hilos.
Es un cantante de cien canciones, y no tiene ninguna propia. Su aspecto cambia tan a menudo para adaptarse al papel, que olvida a quién está representando. Es todos y no se ninguno.
Si un hombre sólo ve el poder, se vuelve un lobo: merodeando, cazando, acechando a la presa fugitiva. Su presa es el reconocimiento público y su premio son las personas. Su búsqueda no tiene fin. Siempre hay otro mundo que conquistar o bien otra persona a quien someter. Como resultado, quien sólo ve el poder se degrada a la altura de un animal, un insaciable buscador de carroña, dominando no por una voluntad de su interior, sino seducido desde afuera.
Si un hombre sólo ve el placer, se vuelve un buscador de sensaciones en un parque de diversiones, viviendo sólo cuando las luces brillan, cuando el paseo es alocado, cuando los entretenimientos son rutilantes. Con una fiebre lujuriosa, corre de juego en juego por satisfacer su pasión insaciable de sensaciones sólo durante el tiempo indispensable para encontrar la próxima. Ruedas giratorias de romances. Casas de fantasmas del erotismo. Martillos que se hamacan entre el peligro y la emoción. Mucho después de haberse dispersado la muchedumbre, todavía se lo encuentra a él en el parque de diversiones escarbando las cajas vacías de maíz inflado y los cucuruchos pegajosos que contenían algodón de azúcar.
Lo impulsa la pasión, y estaría dispuesto a vender su alma si fuese necesario para conseguir un arrebato más, un latido acelerado más, un espectáculo secundario más que lo arranque del mundo real de promesas no cumplidas y de compromisos que cumplir.
Buscadores de popularidad, poder y placer. El resultado final es el mismo: dolorosa insatisfacción.
Únicamente viendo a su Creador es que el hombre se hace verdaderamente hombre. Pues al ver a su Creador el hombre tiene un atisbo de lo que debía haber sido. Aquel que quiera ver a su Dios verá luego la razón de la muerte y el propósito del tiempo. ¿El destino? ¿El mañana? ¿La verdad? Todas éstas son preguntas al alcance del hombre que conoce su origen.
Al ver a Jesús es que el hombre ve a su Origen.
¡Dios les bendiga!