Jesús lloró
Hay una conocida historia de otros amigos del Señor, que también creyeron
sentirse abandonados y solos.
Al igual que Abraham, eran viejos camaradas del Maestro. Cuando en medio de la atareada agenda, el Señor quería quitarse los zapatos, comer una deliciosa pizza y
compartir alguna charla de café hasta la madrugada, la casa de Lázaro y sus
hermanas era el lugar apropiado.
Ni siquiera los apóstoles podían entrar en ese selecto círculo. Tampoco sus íntimos, como Pedro o Juan. La casa de Lázaro era el lugar ideal para distenderse de las
arduas tareas ministeriales.
Puedo ver la sonrisa en el rostro de Jesús al repasar su itinerario y darse cuenta que pasará cerca de Betania. El Señor tenía muy buenos amigos en esa ciudad.
Las bromas de Lázaro que siempre lograban arrancarle una carcajada al Maestro. Y
esas anécdotas increíbles que sólo a el podían sucederle. Indudablemente Lázaro es
de esos amigos que logran hacerte sentir bien y por unas horas, no tienes que pensar en las complicaciones cotidianas.
Y la deliciosa tarta de Marta. Nadie en todo Betania y sus alrededores cocina como
ella. El Maestro podía sentir el dulce aroma de su arte culinaria, aún antes de entrar
en la casa. Y María. Con sus eternas y ocurrentes preguntas. Y esas singulares frases que parecen sacadas de un libro de poesías.
Definitivamente, el Señor tiene tres buenos amigos con quien compartir una distendida cena.
No tiene que avisar con mucha antelación. Sólo envía un mensajero a decirles,
-Jesús está a la otra orilla. Me dice que no bien se desocupe y termine con el servicio de milagros, pasará a comer algo. Ah, y me insistió con que Marta no olvide cocinar esa tarta de zapallos tan exquisita.
Puedo imaginarme la velada. Luego de las bromas de rigor ellos escuchan con atención a Cristo mientras les habla de los planes futuros, de lo que sucederá en
Jerusalén. Indudablemente, ésta es la familia más informada en cuanto a los planes
del Señor y las verdades del Reino.
Siempre es un placer tener a Jesús en casa. Y lo que es mejor, es bueno saber que pasará por aquí, cada vez que esté cerca de Betania, después de todo, no está tan lejos de Jerusalén.
El Maestro tiene la suficiente confianza para quedarse a pasar la noche. Un frugal desayuno lo esperará cuando los primeros rayos de sol invadan la cómoda habitación que comparte con Lázaro. Luego se despedirá con un abrazo, y la
promesa de regresar en cualquier momento, cuando haya un próximo hueco en la agenda.
Pero la crisis también llega, como un irreverente intruso a la casa de Marta y María. Un atardecer, Lázaro llega a casa con algunas líneas de fiebre. No parece algo como
para preocuparse, pero se ve un tanto pálido.
Marta le sugiere que se dé un baño de inmersión y que vaya, sin escalas, directo a
la cama. Por la madrugada, la fiebre parece subir sin piedad, y junto con las primeras convulsiones, comienza a delirar.
María considera que tal vez, éste sea el momento de llamar a su amigo. Han
pasado noches enteras oyendo las fascinantes historias de los milagros del Señor.
Lo han visto resucitar muertos y sanar a los enfermos como parte de su rutina de trabajo. Y después de todo, ellos pueden considerarse amigos del círculo íntimo de Jesús.
Es que, Dios suele dormir en su casa.
Envían un mensajero con la noticia de último momento.
-Díganle que Lázaro, su amigo, está muy grave.